9.11.12

SOL y LUNA...[Neoclasicismo]




Y evidentemente reloj...
Sin comentarios...
(2ª parte, pincha
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De madrugada los repartidores inundan, como los calderos con agua, las calles y aceras peatonales, las plazas grandes
y viejas callejuelas por donde van dejando sus mercancías al ritmo que les indican sus colegas ayudantes o los horteras dependientes. Un conjunto de ruidos rodados que despiertan en los lugares más dispares. De la misma forma  que somos testigos de estos acontecimientos cotidianos, costumbristas o, ya, tan naturales, nosotros vamos grabando cierta admiración hacia estas personas que en bullicio bajo proveen a la ciudad de sus enseres para los nuevos días que contemplo por delante, cada mañana, al salir del metro.
Descendido del autobús, se ha quedado atrás el primer saludo de la mañana al conductor; luego aun recuerdo el silencio del trayecto, contemplando a través de sus grandes ventanales como nos adelantan los vehículos particulares y en sus  paradas van subiendo otros viajeros con destinos convergentes, diferentes.
Una mujer perdura sus limosnas entre mantas, como siempre, acomodada a una triste y sedentaria costumbre de tener alargado el brazo del que pende un plástico y vulgar vaso sediento de monedas de céntimo o de euro.
Pasando, frente a ella me pregunto cuál es su condición y el porqué de su sentido, de todo eso.

Un viejo camión Pegaso, un pegasón Tecno, un "Bocanegra" de aquellos tan complicados que para verdaderos expertos se les deshacían en elogios sus cualidades de rutero escalador y noble máquina producto de una tecnología autóctona donde Enasa aun demostraba cuánto valía.
Samuel, su conductor saludaba a la pedigüeña con un breve y agradable saludo que de una voz clara y ufana le decía: Buenos días, amiga. 
La respuesta era tanta o más limpia que la recibida; una voz viva, clara, no quejosa, amable y de madurez femenina, risueña y amplia.
Charlé un poco con ellos mientras, por el callejón de San Ginés, descargaban las últimas harinas de una antigua fábrica de Tarancón, más allá de las Cuestas de Las Encomiendas, que era absorbida por otra y todos ellos andaban un poco en vilo, con dudas sobre su nuevo, o no, camino.

Era el último viaje para un gran camión que con más de veintisiete años sobre sus dos ejes dejaría de llevar y traer sacos de harinas desde sus silos a la CHOCOLATERÍA y otros establecimientos.d:D´