7.2.13

Metrópolis los sueños de la codicia producen monstruos que esquilman en el gobierno: LA DESCAPITALIZACIÓN DEL ESTADO, la falacia de un delito encubierto.




 Condenados como (borregos) los árboles de ciudad soportando año tras año el peso del aire enrarecido se yergue apiñada la metrópolis que encaminada a un futuro más se constriñe dentro de su fortaleza y se amuralla el castillejo que forma su almendra central, conjunto de manzanas; es la repera.
Son los restos, viejos ya, de una arquitectura de hace más de cien años, cuando el eclecticismo, el modernismo, la Escuela de Chicago, etc. le fue dando aquella configuración que de adelantada en la historia deseaban  tuviese dentro de la Europa a la que pertenecen[d:D´]








DESCAPITALIZANDO EL ESTADO:
[Condenados en circunstancias idénticas se somete a represión, en nuevos tiempos modernos, a la población a vivir soportando el yugo de quienes siendo una parte más de ella se siente incapaz de entender la burocracia del estado que les impide, no sólo gobernar a sus anchas, sino hacerse con sustanciosos botines que ellos eufemizan bajo envolturas de progreso y eficacia. Sólo los que se ven capaces de entender ésa, la defienden como modelo de freno para impedir cualquier desmantelamiento. Un pueblo que tiene una clase política codiciosa, que ante una adversidad son capaces de echar por tierra, cuantos elementos de protección se habían desarrollado en la búsqueda del equilibrio entre trabajo y bienestar social; una población sana, en simbiosis colectiva, se ve ahora abocada a un nuevo cambio del que sus efectos se verán en un espacio de tiempo no mucho mayor a un lustro. Si colectivamente se pretendían mantener unas condiciones donde la sociedad reemplazada era sostenida por la que tomaba el relevo y así controlar lo que era un espejo de sociedad culta y tolerante equilibrio societario.
Condenados por sus propios vicios e intereses capitales, dejando que los ricos en el poder se disfracen de dirigentes desinteresados mediante votos, una vez alcanzado ése se desenmascaran y se desvanecen los sueños.
Lo que antes era de todos ahora se vende sin razón y al mejor postor que haciendo negocio pague unas deudas contraídas por tejemanejes en los que perdemos todo el grueso social y ganan unos pocos a los que su educación les ha impedido comprender ser honestos. Esa falta de honradez es, a su vez, un trastorno al que no desean acostumbrarse por entenderla socialmente ruin  baja, quincallera, descabellada y casquivana; vamos, como si fuera de quinquis. Desconocen la lealtad y sólo sienten que lo material los hace, no sólo diferentes, sino merecedores de sus logros y dudosos esfuerzos. Sin catadura moral dentro de un colectivo, ellos codician ser próceres y estar con los patricios para, al no poder titular su sangre con nobleza, al no poder transformar su sangre en azulada, sólo añil, comprar ese espacio entre unos y otros como si de antiguos comerciantes adquiriesen nombre y estatus social para  finalmente despertar en islas paradisíacas volando en clases superiores a las finas arenas de unas playas idílicas.
Enfermos de apariencia y de estados febriles donde sólo sanan si les traen presentes de gran lujo, los más caros; coches a los que nombran de alta gama y modelo último, timo de una derrota de haber mirado el escaso tamaño de sus gónadas unos y otras. Comparación e impotencia. Vigorismo que suplantan con desazón, ansiedad y bromuro ante unas piezas que la sociedad pone como meta y de la que ellos deben y sienten convertirse en partícipes pues sino las alcanzan dan por hecho su baja clase social de la que quieren desprenderse y aborrecen.d:D´]